lunes, 5 de noviembre de 2012

Mundos aparte.

Las cosas cambian y no son ni buenas ni malas, diferentes. El viento puede mover a su antojo, de un lado para otro, una triste veleta que yace en un tejado desde hace mucho mucho tiempo, mirando al norte, al sur, al este, al oeste, viendo cambios, miles de cambios; y aún así pasa desapercibida por la gran mayoría.
Los que aprendieron a ver el cambio de las cosas, ya han asumido algo: que su vida también cambia.
Saben que todos los días no son iguales, que la gente crece, la ropa envejece, se rompe; las modas pasan, la tecnología se estropea, la comida desaparece, el dinero no compra la felicidad, las opiniones divergen de un lado a otro, constantemente; los amigos se pueden pierden, los novios se dejan, los momentos cambian, las personas que creías que iban a estar ahí siempre han desaparecido como si de un espejismo se tratara...
Son cambios que todos conocemos, vamos de listos creyendo que los asumimos, sabiendo que llegarán, pero es más fuerte el sentimiento de "A mi no me puede tocar" y, sin querer, nos escandalizamos. Sin saber la pura verdad, estos cambios son esenciales, son ley de vida.
Aquel a quién para el destino ya está escrito es un hombre perdido. Todavía quedan locos que se atreven a burlar a la vida, en un mundo en el que los cuerdos acabarán por desaparecer. Esfumarse de la realidad como si de puro humo se tratara. Adictos al cambio de la vida, adictos a ese mundo que para ellos es mejor, un puro caos de encuentros-desencuentros, sonrisas fortuitas o llantos estridentes.
Entre tanto, la vida pasa, y nosotros parados como si todavía no hubiéramos entendido el mecanismo.
Es simple: adaptación.
Un día puedes tenerlo todo y al día siguiente no tener nada.